La atrocidad vista por Tindersticks

Retratar las monstruosidades de la guerra no es nada nuevo. De hecho, desde la Antigüedad se ha venido haciendo por músicos, pintores, escritores y artistas de toda índole. Las guerras siempre han sido y son una parte sustancial de la historia de la humanidad, y por ende del arte. Sin embargo, prácticamente hasta los albores del siglo XX la guerra desde el punto de vista artístico solía tener un componente épico, heroico o valeroso, pero con el advenimiento de la Gran Guerra la cosa cambió. Matar era más fácil, se hacía «industrialmente», y una generación de hombres y mujeres tuvo que asistir atónita a una escalada de violencia como nunca jamás hubo. Y así fue retratada por los artistas.

Luego vino la Segunda Guerra Mundial, y ya nada fue igual, porque el exterminio también tuvo que ver con la población civil. No es que antes esto no existiera, claro, pues pueblos desaparecidos por hordas armadas los hubo siempre, pero nunca antes se había tratado a la humanidad como objeto a exterminar de manera fría y calculada. Ya no había cuchillos con los que degollar ni daños colaterales, sino cámaras de gas y fría maquinaria de guerra capaz de aniquilar la población de toda una ciudad o de un área determinada. Sobre ello hay mucha escrito, pintado y compuesto. Es especialmente intensa la producción estadounidense, pero también hay emocionantes testimonios de los pueblos más masacrados, como esa famosa 3ª Sinfonía de las lamentaciones de Gorecki (aquí podéis ver un viejo artículo que escribí sobre ella; o un fragmento de Holocaust, A Music Memorial Film from Auschwitz, grabado en las ruinas del propio campo de concentración) o el tremendo documental Shoah de Claude Lanzmann (en este enlace podéis verlo completo y subtitulado al castellano), ambos con el Holocausto en mente.

Pero volvamos a la Gran Guerra, de la que acabamos de «celebrar» su centenario. Es evidente que la atrocidad de la Segunda hizo palidecer el horror de la Primera, más aún en aquellas ocasiones en que ambas se desarrollaron en escenarios cercanos, pero el desgaste para las tropas que supuso la primera resulta siempre insoportable de imaginar. El fenómeno de la trinchera nunca tuvo tan atroz e imponente protagonismo. Sólo en la batalla de Somme murió un millón de personas de los tres millones de combatientes que tomaron parte en ella. Imaginarme la vida en la trinchera, sufriendo frío y calamidades, siendo presa a un tiempo del miedo a la muerte más terrible y al hambre y las enfermedades más espantosas (una buena parte de los combatientes murió de males asociados a la humedad, el frío y la insalubridad). Y todo ello bañado por una impotencia sin igual de verse atrapado en un infierno del que no se podía salir bajo amenaza de acusación de cobardía, lo que a menudo acababa en el peor de los finales, el fusilamiento en un acto de inhumanidad por el que muchas familias aún se empeñan en que los gobiernos, especialmente el británico, pidan perdón sin éxito.

Poner música a esta atrocidad no es fácil, pero nunca imaginé que un grupo al que proceso tanta admiración como mis queridos Tindersticks fuesen capaces de hacerlo. El In Flanders Museum, situado en la localidad belga de Ypres, de donde toma nombre el disco, encargó a los de Nottingham poner música a la visita, de modo que sus piezas fuese el ambiente que siempre está presente en las salas del museo. No es una «banda sonora» al uso, sino una parte más de la exposición que se repite de manera constante. Y es de tal belleza que cuesta describirla, muy en consonancia del antes citado Gorecki. Juzgad por vosotros mismos.

www.tindersticks.co.uk/ypres

Parece mentira que la tristeza sirva también de motor de la melancolía. Muy acorde con este otoño (a pesar de los veranillos presentes).

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