«Es tan bella la ruina, tan profundasé todos sus colores y es
como una sinfonía la música del acabamiento,
como música que tocan en el más allá«.
Se ha muerto el príncipe de los locos, el santo ángel de la nicotina. Leopoldo María, el del psiquiátrico, el alma atormentada encerrada en un corsé familiar y mundano que no casaba con su profundo abismo neurológico. El bebedor de Coca-Cola Light, el justiciero de la antipsiquiatría, el de la mirada perdida que apenas si lograba un garabato ante la boba mirada del fan de turno que pasaba delante de su vista en aquella caseta de la Feria del Libro. Como si la caseta fuera la montaña y el bolígrafo la piedra de un Sísifo mermado por una vejez con prisa que no era justificante de esa tez de muerto, de esa mirada de anciano que tiznaba de vidrio un mirar mucho más que ausente.
Descansa en paz, al fin, que como dice Nacho Vegas, «fue bastante ya».